En estos días en los que la vida y las circunstancias nos ofrecen la oportunidad de vivir el silencio y la quietud, me piden que os cuente mi experiencia en los ejercicios espirituales que organizó el Equipo de PJV este pasado diciembre.
Acostumbrada al ruido y las prisas, con un trabajo en el que suelo rodearme de muchas personas y muchas vivencias diversas, encontrar espacio y tiempo de calidad para Dios no resulta fácil para mí. Muchas veces mi oración diaria se vuelve seca y escurridiza. Tengo que reconocer que a veces la productividad y el hacer desenfrenado absorben mi vida. Por todo ello, los tres días que viví en silencio fueron un regalo.
En el silencio las máscaras desaparecen y empezamos a percibirnos tal y como somos en realidad. Alejados de compromisos y objetivos, se comienza a atisbar la autenticidad a la que todos los hombres y mujeres del mundo estamos llamados. Y esto nos llena de dolor y desconcierto, porque ninguno en el fondo queremos ver aquello que nos duele y aprisiona. Sin embargo, Jesús nos enseña que la única manera de crecer es profundizar en nosotros mismos (El Reino de Dios está dentro de vosotros), y aceptarnos como Él nos ha creado (“Amarás al prójimo como a ti mismo”). Te animo a que no te quedes en la superficialidad de tu vida, pues Dios necesita de ti para hacer de este mundo un lugar más humano y feliz.
Además, mientras más tiempo pasas a solas con Jesús, más lo conoces y mejor percibes lo difícil que se vuelve decirle que sí cada día. Porque cada vez somos más conscientes de las heridas que nos acompañan y de los riesgos que supone un seguimiento radical del Evangelio. Sin embargo, en mi día a día, aprendo poco a poco a mirarme con ternura y compasión, y cada día me apasiona más el mensaje de justicia y amor de Dios.
Ojalá este tiempo de cuarentena se convierta también en tiempo de oportunidad y crecimiento, de destruir barreras y crecer en libertad. Hoy nos damos cuenta de que todo aquello que nos esclaviza y nos ata se vuelve insignificante ante la verdad de la vida. Que aprendamos a mirar a los ojos a los que tenemos cerca, a valorar y agradecer lo que Dios nos regala cada día.
Belén Marcos