Te dejamos el testimonio de Juan Antonio Lamarca CMF, formador en Granada de nuestros estudiantes claretianos. Descubre y déjate interpelar por estas palabras que son un auténtico regalo:
EN TORNO A LA ORACIÓN
Desde niño he tenido siempre un especial interés por el tema de la oración. Me llamaba la atención el recogimiento de la gente en silencio y de rodillas ante el Sagrario y me preguntaba qué decían. Más tarde, durante los años de juventud, pensaba que si nuestra relación con Dios es una relación personal, de tú a Tú, ésta debía tener un medio de comunicación, y la oración era ese medio para el encuentro personal e íntimo con Dios.
Hoy en día no he abandonado esta idea en torno a la oración, pero si ha cambiado sustancialmente la forma de comunicarme. Es lógico, al igual que la humanidad ha cambiado en su forma de comunicarse de la prehistoria a las más recientes y sofisticadas técnicas de comunicación global, también cambia la forma de relacionarse el hombre con Dios en las diferentes etapas de la vida. Dios se acomoda a nuestra fe y entendimiento para entablar una relación de amistad con nosotros.
Así, mi vida de oración en estos momentos la entiendo como un abandono en Dios, es decir, no poner trabas para dejarme hacer por Él. La oración se ha convertido en el momento más simple de mi jornada pues no tengo que hacer, ni pensar, ni decir nada, simplemente gozar de una presencia amorosa que me llena y me invade. En Mt 6,6 Jesús emplea hablando de la oración la palabra “tameión”, traducida ordinariamente como “cuarto” o “habitación”, pero que significa propiamente “despensa”, el lugar donde guardamos los alimentos; y esto es lo que busco en mi oración, “entrar en mi despensa” para nutrirme del alimento que me satisface y llena: el AMOR de Dios. Por tanto, la oración la entiendo como un despertar la voz de Dios en mí que me dice “te amo”, y dejo que esta voz me vaya esculpiendo para vivir solo y desde el amor. Desgraciadamente veo que estoy muy lejos de vivir esta presencia amorosa ante Dios y ante los demás por las múltiples trabas que pongo a este trabajo de la Gracia; pero, bueno, esto sería materia para otra reflexión.
No obstante, aunque mi vida se desliza, como digo, entre el abandono que deseo en Dios y las resistencias que pongo para agarrarme a seguridades mentales y materiales, estoy plenamente convencido de que un serio camino de oración ordena la vida de todo creyente. Por eso en mi trabajo como formador de los estudiantes claretianos insisto mucho en este tema porque, de lo contrario, con qué pasión podemos anunciar los Claretianos el nombre de Cristo. El Pueblo de Dios necesita nutrirse de lo que nosotros nos hayamos nutrido en la intimidad. ¿Cómo vamos a hablar del Amor si no lo sentimos y experimentamos a diario? Podremos hablar de un “recuerdo”, porque todos hemos sentido ese Amor en algún momento de nuestra vida, de lo contrario no estaríamos aquí, pero no podremos hablar de una experiencia vital y transformante que engloba todo nuestro ser y desde la cual todo adquiere una significación diferente, ya que desde el amor la vida se simplifica y pierde la complejidad y el enredo al que habitualmente la sometemos.
La oración de San Antonio Mª Claret era también unitiva y misionera. Unitiva porque buscaba la íntima unión con Dios, y prueba de ello fue la gracia mística de la conservación de las especies sacramentales en el pecho; y misionera, que ya despunta desde su más tierna infancia cuando pasaba gran parte de la noche orando comparando el mundo con la eternidad: esta oración es su primera llamada al celo apostólico. Cuando escriba la “Definición del misionero” dirá en sus últimas líneas que “no piensa sino cómo seguirá e imitará a Cristo en orar, en trabajar, en sufrir, en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de los hombres”. Como podemos comprobar es una oración que le une a Dios y le lanza a la misión apostólica que entiende en cada momento es voluntad de Dios. El papa Pío XII en la homilía de su canonización dirá de él: “siempre en la presencia de Dios, aún en medio de su prodigiosa actividad exterior”. Ciertamente, al final de su vida se identificaba con Marta y María a la vez, contemplaba y predicaba. Él se veía como los dos brazos de un compás, uno estaba unido al centro por el amor y el otro trazaba el círculo de la misión, por el impulso que le venía del centro.
Particularmente pienso que todo Apj o líder evangelizador debe tomarse muy en serio esta materia de la oración. De no ser así corre serios riesgos: el de anunciarse a sí mismo, el del desánimo si no tenemos los resultados pastorales esperados, búsqueda del éxito, falta de paciencia y de caridad pastoral… No hay cosa más hermosa en un evangelizador que hablar desde su propia experiencia de Dios, pues solo entonces nuestro anuncio goza de “unción”, es decir, de la asistencia del Espíritu Santo. Este anuncio es atractivo y convoca igualmente para realizar el mismo trabajo misionero. ¿Quién sabe si algunos jóvenes pueden verse movidos por Dios a la vocación misionera o sacerdotal por el ardor y el arrojo en el anuncio de un líder evangelizador? Hoy, como a lo largo de toda su historia, la Iglesia necesita testigos que den calor a las palabras de Jesús, no funcionarios que dejen frío el más cálido de los mensajes.
Por eso, a ti, Apj, evangelizador o creyente comprometido que lees estas líneas te invito a tomar la oración como una llamada a la santidad y al apostolado. La formación en la oración es el mejor regalo que puedes hacerte en la vida; iníciate en el camino oracional con paciencia y perseverancia de la mano de algún orante experimentado y de María de Nazaret, la mujer que desde la primera referencia que tenemos de ella en la Anunciación hasta la última en Pentecostés vivió en una actitud oracional.
P. Juan Antonio Lamarca Carrasco cmf.