NO ERA UN SUPERHÉROE
Cuando abres los ojos lo ves, delante de ti, un niño pequeño llorando en brazos de un adulto que en el fondo solo es otro niño grande.
El mayor no va a consolarlo, porque es el motivo del llanto.
El pequeño no busca dejar de llorar, solo espera a que se le acaben las lágrimas.
Míralos, uno en brazos del otro.
La culpa, claro está, es del niño grande. Al parecer se va y va a dejar de lado al pequeño, que lo ve como a otro hermano mayor. Al fin y al cabo, le enseñó a atarse los cordones un día en una capilla de un colegio.
Todo es simple. La vida pasa. ¿El motivo? El tiempo y nada más.
Si el pequeño hubiese sido más mayor, el adulto le habría dicho que la vida es como un árbol, que la primera vez hay que ayudarlo a crecer, que después puede recibir mil golpes o ser talado, pero que si la raíz sigue viva, siempre podría resurgir y nacer.
Si el pequeño hubiese sido más mayor, le habría contestado que eso ya lo sabía, pero que a él le gustaban los que le habían ayudado a mantenerse recto. No quería perder la fuerza ni la alegría con la que estaba creciendo.
Pero el hermano mayor se iba. Y el niño creía que se le moría una raíz.
Y sin embargo, nunca lo olvidó, aquel niño grande siempre sería algo más que un adulto, sería un amigo. Un amigo al que no le gustaban los niños, pero que aún así movía el cielo por ellos. Un amigo que nunca dejaría de verlo crecer, aunque fuese desde lejos, ni de aconsejarle como el hermano mayor que había sido. Un amigo que era capaz de mover la Iglesia entera con tal de que el mensaje de la felicidad te llegase un poco y te hiciese sonreír.
Con él, Eucaristía significaba dar las gracias con un banquete de sonrisas.
Ese era él. El hombre que golpeó una vez a una Virgen con una pelota de plástico cuando se le escapó en una de sus homilías. El hombre que no terminó de dar la Primera Comunión al niño que le lloró en los brazos. El hombre que cada año tenía más canas, pero que al verte te hablaba como si nunca se hubiese separado. El hombre al que llamaban “Padre” pero que siempre fue “hermano”, acompañándote, ayudándote cuando necesitabas algo.
Él no era un superhéroe.
Ni un superhumano.
Y eso era lo que le hacía tan grande.
Él era él. Y te tendía la mano.
Andrés Pastor