Esta semana los relatos los escribe Claudia, ¡qué los disfrutéis!
A MAYOR DON, MAYOR RESPONSABILIDAD
Estamos en una pecera pero no todos sabemos nadar. Cantamos pero ninguno es pájaro. Rezamos y sí, Dios está en cada nota que silba la guitarra.
Formamos medio círculo y una cara sonriente porta un arma de oración masiva. Es una guitarra de nivel experimental que abre puertas a patadas. Nos ha regalado la oportunidad de conocer una vida vivida.
El causante del alboroto musical es un hombre cuyas manos prometen todas las canciones que ha escrito. Tiene la mirada brillante por un rebote, por un brote que en algún momento no pudo pausar: una brizna de fe.
Él, con su a veces mal genio y su siempre bondad, con la risa socarrona y el humor sobre las cejas nos acaricia. Nos acaricia sabiendo que el gesto de cariño es la continuación de un regalo que él ha recibido. Se permite prender en nosotros los indicios de una llama, sopla.
– Yo me voy, – dijo despegándose de sí mismo- yo me doy a quien me necesite.
Y nos dejó aquí aprendiendo a dar cada vez más luz, cada día más calor. Para hacer de esta casa nuestro hogar, de este coro una familia, de esta opción nuestra vida…
EL ABRAZO
Dios me ha abrazado. Ciertamente, a lo largo de mi vida lo ha hecho de muchas formas: a veces con palabras, otras con un dolor fuerte… Pero esta noche, Dios me ha abrazado con su brazos.
Ha sido tal y como nunca podría imaginar. Ha sido como dormir despierta. Ha sido descansar de ruinas y construcciones. Ha sido amor. Ha sido… ha sido un hombre.
No. No tenía el pelo por los hombros. No llevaba barba. Tampoco sandalias. Pero lo que sí llevaba era un rostro desbordante de bondad.
Sus ojos estaban tan náufragos de quererme que parecía que pudieran romper a llover.
Chispeantes, como el fondo de lo que yo acababa de contar mientras él se tapaba el rostro. Sus manos cubrían las arrugas que le hacía el dolor en la frente. Sus manos cubrían cada herida que yo me rompía conforme soltaba mi historia.
Dios me ha abrazado, pero no era Dios. Mientras me sostenía he descubierto heridas, cicatrices, roturas y fracturas. Él también estaba herido. Entonces, he notado un inmenso perdón que ha quemado todo rastro debilidad, y la ha hecho fuerte:
Dios nos está abrazando.
LA REALIDAD EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
He de confesar que en múltiples ocasiones he pensado que yo aquí no encajaba. Me sentía como en la novela de Lewis Carol, cuando Alicia a veces no cabía por la puerta y otras no alcanzaba la mesa: perdida en un mundo de realismo mágico o de magia real. Bailaba con letras que no tenían ningún sentido, evadiéndome con droga literaria. Pero entonces, un señor me dijo que la realidad es real y que no se puede preguntar siempre por los sueños.
Y me hizo pensar fuera de mi abstracción. Con varias preguntas me desafinó los bailes y me sentí más humana y menos fantasma.
Hablábamos entre interrogaciones, frases, libros, relatos y entre ellos fui descubriendo que en la palabra “yo” venía implícita la palabra “fe”. Revelamos el misterio de la felicidad: soñar es bueno siempre que esté acompañado de crecer.
Al señor lo podríamos definir como el inverso del conejo blanco: su preocupación es que salgamos de nuestros subterráneos, no que nos adentremos en ellos. No encaja con medidas prescritas y se sale de normas para -en ocasiones- crear unas propias. No lleva reloj,
lleva una cruz
sujeta a la razón,
siempre
atada al corazón.