El camino más corto para ir de Benidorm a Sevilla es tomar por la A-92. La gente sabia y experta en temas de la vida suele decir que el camino más corto no es siempre el mejor, pero no estamos hablando de un viaje vital, sino de la vuelta de unos días de vacaciones con unos compañeros de clase.
Cansado de descansar y exasperado por las horas de viaje en un Seat Arosa automático que solo tenía cuatro marchas y que no pasaba de los cien, me espabilé al pasar por Loja, ya que sabía que desde la autovía se ve la casa de Aliatar y quería verla. Le dije a mi compañero de viaje que mirara la casa amarilla que se ve al fondo rodeada de cipreses, y le conté en lenguaje vulgar que hacía unas semanas había estado allí de monitor en un campamento. Lo que no le conté es que me estaban entrando ganas de vivir allí. Ingenuo de mí que sin saberlo ya estaba embarcado en otro viaje, esta vez sí que vital, que algún día me haría pasar por Loja para quedarme allí a vivir, aunque solo fuera por un año.
Y ese año ha pasado muy rápido para la cantidad de vida que he consumido. En término normales y según los parámetros establecidos deberían haber pasado tres o cuatro años, pero es que los parámetros establecidos no cuentan con Dios, que nos quiere regalar la vida en abundancia. La experiencia en Loja y en el equipo pasando por casi casi casi toda la Provincia ha sido un regalo de vida inesperado, no porque no esperara una experiencia así al acabar teología sino porque solo pensaba en términos pastorales-empresariales: mi camino va por otro sitio, esto no me gusta demasiado, sirvo mejor en otro lugar y cosas por el estilo no exentas de algo de verdad pero sí de algo de anchura y misericordia.
Quizás ahora me da menos miedo plantearme que soy claretiano y pecador, y compartir lo de ser claretiano porque lo de pecador se hace solo. Y ahora sin quizás tengo menos miedo de compartir la vocación y proponerla a otros, porque cuando Dios nos va guiando a pesar de nosotros mismos, las personas nos vamos haciendo más vida y los rencores y las rencillas se van difuminando y la esperanza vuelve o es que acaso nunca se fue. Claretiano hay que vivir.
Y con otros claretianos hay que vivir, porque no se puede ser claretiano sin los demás. Y esta es otra gran lección de la experiencia de este año: los Cándidos, Florentino, Jorge, Santi, Isidro, Isabel, Jose, y tantos otros claretianos, APJ, gente querida, cada uno con sus nombres. La vida se ensancha y se hace más abundante con nombres, y son tantos los nombres que hay por el mundo. También he aprendido que ser misionero es tener muchas inquietudes que solo pueden mantenerse si la relación con Dios te lleva a la relación con las personas, sus esperanzas, sus vidas.
Cuando Isidro me pidió que escribiera algo sobre el año en el equipo de PJV me puso un tope de ochocientas palabras, y me quedan exactamente cientosesentayuna, pero qué más decir si el resto son anécdotas que a lo mejor sirven de punto de inicio para una historia o cuento o experiencia en el futuro. El año ha acabado, ahora el viaje continúa, me refiero al vital, y sé del tiempo venidero lo mismo que cuando volvía de Benidorm, soy el mismo ingenuo del futuro que cuando tenía veinte años, incluso tengo más defectos que antes y soy capaz de hacer más daño. Pero si Dios me sigue regalando una vida como esta es porque sigue esperando, y como a mí espera a cada uno. Dios te espera y te sueña, soñemos con Él mientras viajamos.